Yo no creo en la libertad de las palomas. Acá en la ciudad hay sobrepoblación de ellas. La gente no las admira, no las respeta.
Las palomas intentan adaptarse a la sociedad, comen lo mismo que comemos, visitan los mismos lugares que visitamos, y renuncian un ratito a volar para posarse en el suelo y correr moviendo el cuello hacia adelante y apretando las alitas. Caminan entre la gente, nos miran de costado, picotean un pastito y echan a correr entre los pies de las personas que apuradas y distraídas las empujan, las apuran, les gritan y despotrican contra esta ciudad llena de mugre, de sucias palomas, de plumas y pichones y piernas como de alambre rojo.
Yo las observo sentada en la plaza. La palomas se amontonan, se reconocen, se ponen felices cuando ven a un niño que las alimenta. Juegan con los niños!, (yo las he visto). Le pasan por el lado mirándolos de costado, coquetean un poco, se hacen las distraídas. Y cuano el niño se agacha para tocarlas echan a correr. Se alejan apenas unos pasos y se detienen de nuevo, le dan tiempo al niño que descance, simulan comer una miguita y cuando se acerca nuevamente abren las alitas. Caminan otro poco, patita cruzada, piernita de medias rojas, patita hacia adentro, piernitas como alambres de finitas, balanceo de pechugas, chuequitas. El niño se acerca, la toca y puff...la paloma vuela.
Hay que reconocer que saben jugar , saben simular indiferencia. A mi también me engañan a veces, me olvido de que vuelan, me sorpendo si las veo todas juntas contandosé su día.
Hay que reconocer que aunque no sean hermosas si que saben coquetear. Se volvieron comunes, tan comunes que ya no se las puede asociar a la libertad, porque la libertad tiene que ser algo grande y magnífico y único. No una coqueta paloma de plumitas grises y chuequitas rojas que ni siquiera los niños pueden alcanzar.