Nos acostumbramos a los niños que piden en las calles; al subempleo; a los accidentes habituales en que mueren varias personas. Nos acostumbramos a los robos diarios, a los asaltos y las golpizas. Nos acostumbramos a que una etiqueta de cigarrillos cueste menos que un kilo de pan.
Nos acostumbramos a la gente que duerme y vive en la calle al punto tal de que nos resulta raro no verlas.
Nos acostumbramos a la idea de que el medio ambiente está siendo destruído, a la extinción de las especies por la caza indiscriminada, a que el agua potable se agota y la poca que existe ya esté comprada y tenga dueño; a que cada vez haya más autos y menos combustible, más frío y menos fuentes de calor, más hijos y menos padres, más hambre y menos pan.
Nos acostumbramos a cosas terribles como la muerte y la pobreza, y a cosas menos dañinas pero igualmente necesarias como la falta de cortesía para con los demás.
Nos olvidamos de protestar, de darnos unos minutos aunque sea al día para pensar en el resto, de imaginar aunque sea una utopía.
Yo no sé como cambiar todo esto, sinceramente no lo sé!, pero no me quería quedar sin gritar un rato, sin llorar y patalear por todo lo que podría ser y no es.
Que todo, cualquier cosa, puede cambiar.
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