Como explicar esta sensación de que una vez que se empieza a escribir se transforma en una adicción. Que con la cabeza llena de ideas, de flores, de burbujas, a cualquiera se le revoluciona el corazón.

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martes, 13 de septiembre de 2011

MANZANAS

Me enamoré, a último momento me enamoré locamente de la mujer que me lastimaba incluso antes de corresponderme, antes de amarnos siquiera.
Caminando por el parque la vi llorar, sola sentada bajo un árbol de esos que llevan años conteniendo a las personas. Y entonces me acerqué y ella me miró como si fuera yo el que llorara, me miró de la misma forma en que una persona cuerda mira compasivamente a un loco. Pero para ese entonces yo todavía no me enamoraba, porque eso fue después cuando cambiaron las circunstancias.
Y entonces yo me acerqué, me presenté y le sonreí mientras le tendía una mano que ella parecía necesitar. Y ella seguía llorando y mientras me miraba con esa forma tan rara me preguntó si esto realmente me importaba, que quien era yo y porqué me acercaba. Y yo le contesté con toda mi sinceridad que no, que realmente no me importaba si una desconocida lloraba así como a ella no le importaba en verdad como yo me llamaba, y que si me había acercado era porque ella me recordaba a alguien de quien yo ya no me acordaba y porque en el aire había algo tan extraño que mejor gritar, estallar o ayudarla y que el pañuelo y los esquemas y las lágrimas. Y ella me sonrió y me dijo que si, que era verdad que el aire olía a verde pero a veces variaba a naranja y que en los esquemas no había lugar para las lágrimas ni para los desconocidos o para los pañuelos o las charlas.
Y el tiempo pasó tan rápido, los dos sentados a la sombra hasta que ya no hubo más color naranja y entonces entre risas ella me advirtió que estaba loca, loca de tristeza y de enojo tanto que si no hablaba conmigo estallaba. Y me dijo que había algo que me quería mostrar y de la cartera sacó un cuchillo demasiado grande como para no dar una explicación de porque lo llevaba. Y ella entre lágrimas me explicó que lo llevaba por si estallaba, porque mejor matarse que morir de tristeza por alguien que ni se acordaba de ella.
Y entonces la situación cambió y fui yo el que empezó a llorar y a mirarla como si ella fuera la que estuviera llorando. Empezé a mirarla como una persona cuerda mira levemente compasiva a una loca.
Y ella me dijo que no llorara porque yo la había cambiado y ahora su intención era otra. Y entonces se acercó y me abrazó como nadie, como nunca, y mientras yo me enamoraba ella tomó el cuchillo y me lo fue clavando de a poco.
Y cuando sacó el cuchillo parecía contenta y no tuve miedo, porque el cuchillo estaba cubierto por algo como después de cortar una tarta y había un sol tibio y tanto olor a verde que el aire podría haber estado perfectamente cubierto por manzanas. Y hubo un revoltijo y un suspiro y un crujir de mariposas que bien se podría asemejar al amor, a ese dolor punzante y tierno, ese revuelvo y el miedo a perderse mientras se ama.
Y entonces ella guardó el cuchillo en la cartera y explicó que me lo clavó porque si y porque me lo merecía, porque  me parecía un poco a el y tenía su misma mirada, la misma que tenía cuando le tenía lástima, y porque en verdad no me tendría que haber acercado si ni siquiera me importaba.

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