El tiempo como un animal inquieto que observa desde la ventana este mundo donde no tiene dominio. Paciente continúa aguardando el momento en que la literatura se haga agua, en que mi mente comience a funcionar al ritmo de su reloj. Su mundo se extiende tras estas paredes que protegen mi escritura, felizmente intemporal, libre de correr a su antojo en un lugar donde no caduca, donde no envejece ni muere su nostalgia.
Allí afuera el mundo es otro, textos que aguardan en la mesa llamándome a gritos exponiendo su sabiduría un tanto usada pero linguisticamente desconocida. Luces de neón que indican fecha de caducidad para su lectura, con dibujos incorporados acerca de un fracaso el día posterior. Y en cambio otros, los más pacientes y por ello los más hermosos, los que no tienen obligaciones, ni fechas ni instrucciones, y esperan tranquilos a que yo me rinda a su mundo de ensueños.
Mientras tanto yo mantengo cerrada mi ventana, escribo con libertad y dejo entrar tan solo a quien yo quiera. Poco me importa la obligación del reloj y su temporalidad, si yo estoy acá en un lugar donde el no entra ni tiene dominio. Situada felizmente en medio de mi literatura.
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