El día de ayer las circunstancias hicieron que no pudiera ir a clase y en cambio, me quedara sentada viendo amanecer de a poquito en la plaza. Y de a poco entonces, empezó a aparecer un reflejo de luz en las baldosas y en los adoquines y en las palomas; y aparecieron de a poco cada vez más personas hasta ser un tránsito constante media hora después. Y desde donde yo estaba, (sentada en las escaleras de la catedral y con el sol tibio en la cara, escribiendo), veía perfectamente a un dibujante con un pullover a rayas y su hoja en blanco en la mano, buscando un modelo ideal para su obra. Y hubiera sido lindo y extraño que el me dibujara a mí, de la misma manera en que yo lo dibujaba a él; aunque yo lo dibujara con palabras que es mi forma de inmortalizar un poco las cosas y hacerlas intemporales. Pero no se decidió a pintar nada y al rato llegó una chica dibujante también; y y me ilusioné pensando que todo podía acabar en una bonita historia de amor de dos personas que se dibujan una a la otra de la misma manera. Y entonces se me ocurrió que el amor es eso, una misma manera de percibir las cosas, cosas distintas siempre, pero desde un punto de vista comprensiblemente similar. Y amarse es mirarse en una plaza que refleja el sol en los adoquines y en las palomas y tratar de dibujarse con colores que combinen y coincidan.
Entonces yo dibujante externa, terminé de darle palabras a mi cuadro y los dejé ahí, disfrutando del enamoramiento que sin querer les había creado, y quien sabe si quizás ellos ya empezaban a sentir.
Y me fuí caminando despacito con la idea de que las cosas más simples son las más hermosas, como por ejemplo, ver amanecer un amor en la plaza.
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